Argo
se dirigió a Niké y, entregándole la ajada madera en la que estaba dedicado con
pulcritud un momento antes, pareció ratificar la presencia de la chica
pronunciando su nuevo nombre, Sassa. Ante esto Niké se despidió con una mueca
de algo que parecía ser veneración y, de esta forma, consintió que se quedaran
solos por un momento desplegando un original biombo para salvaguardar el umbral.
Éste estaba hecho de una tela opaca atada en sus extremos a unas ramas que lo
sostenían en pie.
‒¿Cómo sabías el
nombre que me han asignado? ‒preguntó Cirene.
‒El metis sin tí no hubiera surtido efecto. ‒La
nueva Sassa miraba excéptica a su tutor y éste continuó relatando los
acontecimientos‒. En verdad mi amuleto eras tú, Cirene. Es cierto que los maqueos consideran esta planta sagrada,
pero su máxima expresión es cuando se encuentra cercana a una mujer y, en
especial, a una mujer ajena a la tribu. Como su apelativo indica, «batidores de la trepidación», haciendo
alarde de su función cazadora, son muy silenciosos y esta mañana, tal y como
preveía, me lanzaron un venablo.
‒¿Un venablo? ‒Cirene
tenía muchas preguntas pero tan solo acertó a repetir las últimas palabras que
había pronunciado.
‒Sí, es una
pequeña arma arrojadiza que suelen empapar en una sustancia untuosa proveniente
de la parte trasera afilada del cuerpo de los insectos delfos, ¿los recuerdas? ‒Ella asintió. ‒Cómo olvidar a
aquella comitiva que tan pronto paseaba frente a ti como se difuminaba con las
demás criaturas‒.
Pues bien, esta sustancia no te duerme pero genera
subordinación a su dueño, y así fue como me trajeron hasta aquí.
‒¿Por qué no lo
hicieron conmigo? ‒preguntó la discípula.
‒Una mujer
desconocida que duerme junto al metis
no puede ser ofendida de ninguna manera, sólo si ésta consiente ser guiada,
podrá visitar la tribu. Para ellos ahora eres una enviada de su divinidad
femenina, una especie de diosa en la tierra que ha venido a advertirles de
algún peligro que acecha.
‒¿Y qué peligro
acecha? ‒intentó adivinar en su nueva condición de bienaventurada.
‒No lo sé, pero
lo averiguaremos. Todo lo que conozco proviene de escritos y experiencias
anteriores con etnias diferentes. Esta información nos ha permitido llegar
hasta aquí, pero ahora debemos ser cautos, porque todo será desconocido. Intuyo
que lo siguiente que ocurrirá será una ceremonia de iniciación. Debemos estar
agradecidos. Si hoy no llegas a aparecer, yo sería el zaherir que ultrajó a
Sassa y estaría muerto‒. Antes de que pudiera salir ninguna palabra de su
boca, Niké volvió a aparecer tras la mampara de tela, dando por terminado el
encuentro.
Salieron
del pequeño edificio y fuera les esperaban varias personas con lo que parecían
ser ofrendas. Ítana, la muchacha de los ojos rasgados que ya había visto antes
en la primera tienda, portaba un precioso pañuelo en color rojo oscuro e hilos
dorados delicadamente doblado que captó la atención de Cirene. Se adelantó
mirando al suelo y entró de nuevo en la estancia esperando que la muchacha le
acompañara. En esta ocasión no tomaron el pasillo, sino que siguieron de frente
hacia un improvisado vestidor provisto de varios de los oscuros bastidores con
los que ya estaba familiarizada. Protegida tras el paño teñido, la joven
desnudó a Sassa y comenzó a ceñirle el tejido diligentemente, en una perfecta
combinación de cruces que lo convirtieron en su segunda piel. No se apreciaba
nudo o remiendo alguno en su nuevo vestido, sólo una superposición que
terminaba en su hombro derecho, dejando un bonito escote inclinado, con el
hombro izquierdo al descubierto, y una falda a la altura de sus rodillas que
acababa en pico a ambos lados de sus caderas. A continuación le indicó que se
sentara en el suelo y le preparó también su cabello en un moño sujetado con
ramas talladas. No podía verlo, pero por lo que notó al palparlo cuando había
terminado, las varillas que sobresalían le daban un aspecto de estrella, quizás
la misma estrella punteada que lucía Niké en su rostro.
Cuando
abandonaron el tocador ya no había nadie en la entrada. ¿Dónde estaba todo el
mundo? ¿Y Argo? De repente la asaltó el temor al verse sola. Sin duda, debería
improvisar a partir de ese momento. Tras los pasos de Ítana pronto empezó a
escuchar tambores, en un monótono toque continuado y profundo, como avisando de
que algo importante estaba a punto de ocurrir. Un círculo cerrado compuesto por
muchas personas mayores y niños, permanecía fiel y paciente en espera. Cuando
se encontraban a escasos cinco metros, los tambores cesaron, el círculo se
abrió y pudo atisbar la figura del profesor en el centro, sedente sobre una
rudimentaria alfombra. Todos la miraban, en quietud, a la espera de un saludo o
una palabra quizás. Junto a su mentor, había sitio de sobra, así que no lo dudó
un momento y se dispuso a arrodillarse junto a él, ya que su atuendo no
posibilitaba otra postura. El corro volvió a cerrarse y ahora ya no sólo
sonaban tambores, también algo metálico que variaba su tono entre graves y
agudos. ¿Dónde había escuchado eso antes? Se acordó del relato de su abuela
Níobe. Miró nerviosa a Argo y éste le guiñó un ojo. Con la emoción no había
reparado en una lumbre en la que Osso, el señor mayor del pelo blanco, estaba
preparando algo. Se levantó con dos cañas asadas humeantes y entregó una a cada
uno de sus invitados.
‒¿Tinda? ‒preguntó la
joven a Argo por lo bajo.
‒Tinda rellena de delfos. ‒Ante la cara de
horror de Cirene el hombre la tranquilizó‒: Creo que quieren probar que
realmente eres Sassa. Al comerlos no debes sentirte afectada. Yo no podré
ayudarte, cuando los haya ingerido sólo seré una marioneta.
‒Pero, ¿cómo? ‒inquirió
ella viendo cómo el doctor daba su primer bocado.
La
supuesta Sassa no estaba muy conforme con comer insectos asados, que además
poseen un potente veneno anulador de la voluntad. Su corazón se aceleró a la
vez que su mente, al compás de todos los instrumentos que ahora eran golpeados
insistentemente, instándola a continuar. ¿Qué podía hacer? Un delfo asomaba por la abertura de la
caña. Ya no escuchaba nada, sólo la sangre corriendo a toda velocidad por su
cabeza. Entonces, extrajo resuelta con sus dedos el insecto para que todos lo
vieran, inclinó su cabeza hacia atrás, abrió la boca, y se lo introdujo
mientras cerraba sus labios y notaba el contacto crujiente. Masticó lentamente,
con sus ojos cerrados, alargando el momento, antes de tragarlo finalmente y devolver
la luz a sus pupilas frente a la multitud que esperaba anhelante la
ratificación. La incesante percusión cesó, las miradas se congelaron sobre ella
y, de repente, todos comenzaron a reír eufóricos y saltaban de alegría
vitoreando a Sassa al son de los tambores. Mientras tanto, Argo estaba
aletargado esperando órdenes. Osso se acercó a ella y le colocó un collar del
que pendía una gran semilla redonda con gruesas espinas. Después de acercó a
Argo, le dio un golpecito en la frente y pronunció el que sería su nuevo
nombre, Yolao. Inmediatamente éste reaccionó como si hubiera despertado de un largo
sueño y, seguidamente, inclinó su cabeza hacia Osso.
Comieron
junto a todas esas personas, en una actitud de fiesta muy agradable.
Continuamente les ofrecían sus manjares, compuestos de todo aquello que les
proporcionaba el bosque. Entre los
aperitivos podría encontrase una deliciosa pasta de harina de semillas de mitraca que endulzaban con una mezcla de
hojas verdes y amarillas machucadas.
Cuando
el recién bautizado Yolao comenzó a recobrar su estado original tras la ingesta
del veneno delfiano, en una de las ocasiones que el estuvo cerca de la gran
Sassa, le preguntó:
‒¿Cómo lo has
hecho?
Sassa
no dijo nada, sólo le mostró disimulada uno de los pliegues de su vestido, en
el que había escondido la parte trasera del delfo
que cortó con sus dedos a modo de pinza para no ingerirla.
Al
terminar la intensa jornada, le mostraron a ambos la tienda donde dormirían.
Para Sassa una gran estancia escrupulosamente preparada y para Yolao una
habitación menor, anexa a la suya y algo más modesta en detalles.
En
el centro habían acondicionado un gran futón de materiales vegetales, cubierto
por hermosas telas, siempre con colores vivos y toques dorados. Las paredes
también estaban adornadas con paños tejidos a mano, de miles de formas
insospechadas, predominando siempre la repetida estrella picuda, que, si la
imaginaba en tres dimensiones, también podría asemejarse al colgante que le
había otorgado Osso tras la ceremonia. En las esquinas relucían unos cuencos
con algo similar al carbón candente que desprendían un olor un poco espeso, proporcionando
un ambiente íntimo, relajado y podría decirse que somnífero.
De
nuevo, Sassa fue vestida con esmero para la noche por Ítana. Utilizó una
elegante tela blanca y dorada, digna de una diosa griega. Una vez se despidió
cerrando la cortina, Cirene reparó en toda la confianza que Argo estaba
depositando en ella, hasta el punto de poner su propia vida en sus manos sin
previo aviso. Luego acudió a su mente el nombre que su amigo había utilizado
para la tribu en su conversación: batidores
de la trepidación. Mencionó que eran cazadores sí, ¿pero de qué? Entre
estos pensamientos, fue cayendo en un dominante sopor, tal vez provocado por
las esencias de aquellas piedras perfumadas que ardían en cada esquina.
Demasiadas emociones en un día, tenía que asimilar muchas cosas de golpe.
Camino
de su sueño, se encontró a su compañero Yolao y le interpeló:
‒¿Cómo
sabías que no me iría del bosque cuando desaparecieras?
‒Simplemente
lo sabía ‒aseguró Argo.
Y
siguió caminando hasta el Bonkuk Nazar donde Níobe la esperaba con una gran
sonrisa.