El viento, silbando a través de los cristales
y… ¿su eco?
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Un silencio sordo recorre los pasillos que
horas antes han estado cargados del bullicio de las obligaciones, del ajetreo rutinario.
Sin toda esa gente, lo que debiera parecer un lugar desolado, no es más que un
edificio, que libre de lo que le confiere familiaridad, se siente ajeno.
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Ya no hay nada más que hacer aquí, de
momento. Me aproximo a la puerta, giro sobre mis pies, observo atenta y,
entonces me doy cuenta. Así que era yo. Luchando contra el viento, por no
resignarme a continuar como si nada. Eran mis gritos de impotencia. Y ahora,
rendida, compañera del devenir, del presente efímero, el cambio ya no será algo
ansiado, sino algo dinámico y constante.
Agarro el pomo y, con la tinta que sobraba,
esbozo una sonrisa. La que alguna vez se sintió desde dentro. La que ahora
empieza en un pincel y termina en un papel.
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