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domingo, 20 de enero de 2013

El guardián de la barca



Lunes. Todos entran en clase apabullados y se reúnen como de costumbre en torno al ventanal del fondo, el que da al pequeño embarcadero. Es difícil no contagiarse del emocionante descubrimiento de Pedro. Desde que él afirmó la presencia del guardián de la vieja barca de madera, nadie volvió a dudar sobre su existencia. Día tras día, noche tras noche, aquel señor se encontraba protegiendo lo que debía ser su más preciada pertenencia.
Pasé mucho tiempo tratando de interpretar lo que vislumbraba a través del cristal; a veces empañado por la lluvia, a veces aparentemente nítido, en mi constante, aunque abrumado y confuso intento por distinguir su silueta. Una imagen borrosa, distorsionada, o quizás un simple reflejo provocado por la momentánea luz de una mañana cualquiera que prometía ser especial. Una columna de humo blanco, a la que cuando lograba aferrarme, se desvanecía en una nube de cenizas invisibles, intangibles. El resto parecía estar satisfecho con sus propias deducciones. Probablemente era cierto, estaba equivocada, porque nunca abandonaba aquella búsqueda que únicamente me estaba infundando desasosiego y tormento. Aquel día diluviaba y me aproximé a la ventana. Ya no tenía esperanzas de encontrar algo nuevo, era una extraña fuerza la que me impulsaba, puede que inercia, en mi desesperación por entender, al igual que los demás. Y resultó ser tan sencillo como danzar con las olas del apacible mar. El contoneo de mi cuerpo me permitió discernir lo que nadie había alcanzado antes a creer. No había nadie vigilando el muelle; era el efecto óptico producido por una gran boya, que siempre guardaba aquella barca. Así que, sólo vigilábamos nosotros. Sólo vigilaba yo en aquel momento.

A la siguiente mañana todos volvieron a asomarse para ver al dueño de la destartalada barquilla…
Música: This place is a shelter. Oláfur Arnalds.

Publicado by LetrasInquietas 19/06/2014

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