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lunes, 30 de junio de 2014

Las alas y el libro eran la misma cosa


Los días en que no se movían las hojas, volvía a extraviarse. Aterrizaba inmersa en un rumbo cuyo derrotero no había sido escrito por ella, o al menos eso pensaba.  En él se describía prolijamente cada pormenor. Reconoció el muelle colindante a la familiar playa. El manual trazaba la línea de tierra serpenteante, delineando cada hendidura o reborde, hasta llegar al faro. El reflejo de aquella baliza le nubló la vista una vez. Recuerda que perdió el equilibrio separándose del pasamanos desde el que se ensalzaba el soberbio horizonte, justo un momento antes de que la balaustrada cediera. El grueso volumen velaba por ella recogiendo en sus páginas numerosas contingencias como ésta, que habían sido sorteadas con éxito.  Fue entonces cuando la convicción de alarma se activó e inesperadamente el desasosiego se desvanecía, alimentando sus alas. Crecieron y volvieron a crecer, de manera que el único peligro que el derrotero apercibía ahora, era la pérdida de su medio de transporte... 


Las alas y el libro eran la misma cosa.

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