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jueves, 25 de diciembre de 2014

Con cada paso de vida

El eterno hervidero de semillas,  pugnaba cada segundo por ocupar un hueco en aquella tierra hostil. Sin embargo, el hueso de la aceituna ni siquiera se planteaba germinar.


Un día se detuvo, sólo fue necesario un instante para observar aquel viejo olivo. Lo miró como parte de su esencia, en un presentimiento compartido del inexorable porvenir. Se preguntaba si sería consciente de que no eran ya sus brotes los que marcaban el ritmo. ¿Sentiría acaso cómo su savia perdía fuerza? Se derramaba, en un goteo constante, sobre la nueva semilla de sus frutos, futura dueña de sus raíces. El tiempo supuso una lucha constante y cuando el final se acercaba, no podía hacer otra cosa más que esperar, apagándose pacientemente.


El hueso de la aceituna, cuya semilla, futura reincidente, permanecía oculta bajo una cubierta leñosa, a falta de ser lacerada con cada paso de vida.


Ahora ya lo sabía.




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