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domingo, 18 de enero de 2015

Hicieron falta un millón de años...

Yo era como agua y tus palabras eran aceite. 
Debió de ser duro. 
Flotaban en el aire, siempre conmigo y, sin embargo, lo único que lograba alcanzar mis entrañas era el desconcierto, la decepción, incluso el dolor más profundo. 
Debió de ser duro. 
Viste cómo, sin protección alguna, todo tipo de espinas y alguna que otra daga arremetían contra mí sin remedio. Tu desesperado mensaje era una pompa luchando por mezclarse con una sustancia indisoluble. Lo escuchaba como quien escucha el sonido de fondo de una caracola. 
Estaba ahí, pero, ¿dónde? 
Hicieron falta un millón de años para que todo se relativizara y la vida no doliera tanto. Ahora, cuando la tormenta se avecina, cuando me atrapa, no es lluvia lo que envuelve mi corazón, son tus palabras las que lo guardan. Se repiten desde dentro. Dejaron de acecharme  insistentemente para pasar a formar parte de mí. Si pudiera, cambiaría el sufrimiento que te causé por no evitar antes el mío propio. 
El sentido de tu empeño cobra sentido en la inevitable existencia que acontece. 
Hicieron falta un millón de años para alcanzar a ver el mar en persona y devolver esa caracola a dónde procedía. Hicieron falta un millón de años para empezar a comprender y, seguramente, aun harán falta un millón de años más.




Gracias Papá, Gracias Mamá.

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