Para mí leer va unido a la vida diaria de cada cuál como es evidente, siendo cada vez más gente consciente de ello en cuanto a literatura se refiere. Cada persona lo vive con una intensidad y de manera diferente. En mi caso, leer y escribir van de la mano y son inseparables. Por eso cuando la escritora Raquel Cánovas Molina me propuso hacer un post sobre el movimiento Leer está de moda no dudé en unirme y aportar desde mi experiencia y, sobre todo vivencia, el significado del mundo de los libros.
He escogido un relato corto que ya publiqué anteriormente, en esta ocasión en primera persona e ilustrado lo mejor posible para haceros llegar ese sentimiento que estoy segura no os dejará indiferentes a más de uno.
Los días en que no se movían las hojas, volvía a extraviarme...
Aterrizaba inmersa en un rumbo cuyo derrotero no había sido escrito por mí, o al menos eso pensaba.
En él se describía prolijamente cada pormenor. Reconocí en su rostro la sabiduría y la templanza, ese saber estar.
Como un manual trazaba la línea de tierra serpenteante, delineando cada hendidura o reborde, hasta llegar a mi destino. El reflejo de aquella baliza me nubló la vista una vez. Recuerdo que perdí el equilibrio separándome del pasamanos desde el que se ensalzaba el soberbio horizonte, justo un momento antes de que la balaustrada cediera.
El grueso volumen velaba por mí recogiendo en sus páginas numerosas contingencias como ésta, que habían sido sorteadas con éxito. Fue entonces cuando la convicción de alarma se activó e inesperadamente el desasosiego se desvaneció, alimentando mis alas una vez más.
Crecieron y volvieron a crecer, de manera que el único peligro que el derrotero apercibía ahora, era la pérdida de mi medio de transporte...
Las alas y el libro eran la misma cosa.
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