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viernes, 27 de marzo de 2020

REPARADORES DE SUEÑOS: Batidores de la Trepidación



-Capítulo 5-

Batidores de la trepidación


Argo se dirigió a Niké y, entregándole la ajada madera en la que estaba dedicado con pulcritud un momento antes, pareció ratificar la presencia de la chica pronunciando su nuevo nombre, Sassa. Ante esto Niké se despidió con una mueca de algo que parecía ser veneración y, de esta forma, consintió que se quedaran solos por un momento desplegando un original biombo para salvaguardar el umbral. Éste estaba hecho de una tela opaca atada en sus extremos a unas ramas que lo sostenían en pie.

¿Cómo sabías el nombre que me han asignado? preguntó Cirene.
El metis sin tí no hubiera surtido efecto. ‒La nueva Sassa miraba excéptica a su tutor y éste continuó relatando los acontecimientos‒. En verdad mi amuleto eras tú, Cirene. Es cierto que los maqueos consideran esta planta sagrada, pero su máxima expresión es cuando se encuentra cercana a una mujer y, en especial, a una mujer ajena a la tribu. Como su apelativo indica, «batidores de la trepidación», haciendo alarde de su función cazadora, son muy silenciosos y esta mañana, tal y como preveía, me lanzaron un venablo.
¿Un venablo? Cirene tenía muchas preguntas pero tan solo acertó a repetir las últimas palabras que había pronunciado.
Sí, es una pequeña arma arrojadiza que suelen empapar en una sustancia untuosa proveniente de la parte trasera afilada del cuerpo de los insectos delfos, ¿los recuerdas? ‒Ella asintió. Cómo olvidar a aquella comitiva que tan pronto paseaba frente a ti como se difuminaba con las demás criaturas‒. Pues bien, esta sustancia no te duerme pero genera subordinación a su dueño, y así fue como me trajeron hasta aquí.
¿Por qué no lo hicieron conmigo? preguntó la discípula.
Una mujer desconocida que duerme junto al metis no puede ser ofendida de ninguna manera, sólo si ésta consiente ser guiada, podrá visitar la tribu. Para ellos ahora eres una enviada de su divinidad femenina, una especie de diosa en la tierra que ha venido a advertirles de algún peligro que acecha.
¿Y qué peligro acecha? intentó adivinar en su nueva condición de bienaventurada.
No lo sé, pero lo averiguaremos. Todo lo que conozco proviene de escritos y experiencias anteriores con etnias diferentes. Esta información nos ha permitido llegar hasta aquí, pero ahora debemos ser cautos, porque todo será desconocido. Intuyo que lo siguiente que ocurrirá será una ceremonia de iniciación. Debemos estar agradecidos. Si hoy no llegas a aparecer, yo sería el zaherir que ultrajó a Sassa y estaría muerto‒. Antes de que pudiera salir ninguna palabra de su boca, Niké volvió a aparecer tras la mampara de tela, dando por terminado el encuentro.

Salieron del pequeño edificio y fuera les esperaban varias personas con lo que parecían ser ofrendas. Ítana, la muchacha de los ojos rasgados que ya había visto antes en la primera tienda, portaba un precioso pañuelo en color rojo oscuro e hilos dorados delicadamente doblado que captó la atención de Cirene. Se adelantó mirando al suelo y entró de nuevo en la estancia esperando que la muchacha le acompañara. En esta ocasión no tomaron el pasillo, sino que siguieron de frente hacia un improvisado vestidor provisto de varios de los oscuros bastidores con los que ya estaba familiarizada. Protegida tras el paño teñido, la joven desnudó a Sassa y comenzó a ceñirle el tejido diligentemente, en una perfecta combinación de cruces que lo convirtieron en su segunda piel. No se apreciaba nudo o remiendo alguno en su nuevo vestido, sólo una superposición que terminaba en su hombro derecho, dejando un bonito escote inclinado, con el hombro izquierdo al descubierto, y una falda a la altura de sus rodillas que acababa en pico a ambos lados de sus caderas. A continuación le indicó que se sentara en el suelo y le preparó también su cabello en un moño sujetado con ramas talladas. No podía verlo, pero por lo que notó al palparlo cuando había terminado, las varillas que sobresalían le daban un aspecto de estrella, quizás la misma estrella punteada que lucía Niké en su rostro.

Cuando abandonaron el tocador ya no había nadie en la entrada. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Y Argo? De repente la asaltó el temor al verse sola. Sin duda, debería improvisar a partir de ese momento. Tras los pasos de Ítana pronto empezó a escuchar tambores, en un monótono toque continuado y profundo, como avisando de que algo importante estaba a punto de ocurrir. Un círculo cerrado compuesto por muchas personas mayores y niños, permanecía fiel y paciente en espera. Cuando se encontraban a escasos cinco metros, los tambores cesaron, el círculo se abrió y pudo atisbar la figura del profesor en el centro, sedente sobre una rudimentaria alfombra. Todos la miraban, en quietud, a la espera de un saludo o una palabra quizás. Junto a su mentor, había sitio de sobra, así que no lo dudó un momento y se dispuso a arrodillarse junto a él, ya que su atuendo no posibilitaba otra postura. El corro volvió a cerrarse y ahora ya no sólo sonaban tambores, también algo metálico que variaba su tono entre graves y agudos. ¿Dónde había escuchado eso antes? Se acordó del relato de su abuela Níobe. Miró nerviosa a Argo y éste le guiñó un ojo. Con la emoción no había reparado en una lumbre en la que Osso, el señor mayor del pelo blanco, estaba preparando algo. Se levantó con dos cañas asadas humeantes y entregó una a cada uno de sus invitados.

¿Tinda? preguntó la joven a Argo por lo bajo.
Tinda rellena de delfos. Ante la cara de horror de Cirene el hombre la tranquilizó‒: Creo que quieren probar que realmente eres Sassa. Al comerlos no debes sentirte afectada. Yo no podré ayudarte, cuando los haya ingerido sólo seré una marioneta.
Pero, ¿cómo? inquirió ella viendo cómo el doctor daba su primer bocado.

La supuesta Sassa no estaba muy conforme con comer insectos asados, que además poseen un potente veneno anulador de la voluntad. Su corazón se aceleró a la vez que su mente, al compás de todos los instrumentos que ahora eran golpeados insistentemente, instándola a continuar. ¿Qué podía hacer? Un delfo asomaba por la abertura de la caña. Ya no escuchaba nada, sólo la sangre corriendo a toda velocidad por su cabeza. Entonces, extrajo resuelta con sus dedos el insecto para que todos lo vieran, inclinó su cabeza hacia atrás, abrió la boca, y se lo introdujo mientras cerraba sus labios y notaba el contacto crujiente. Masticó lentamente, con sus ojos cerrados, alargando el momento, antes de tragarlo finalmente y devolver la luz a sus pupilas frente a la multitud que esperaba anhelante la ratificación. La incesante percusión cesó, las miradas se congelaron sobre ella y, de repente, todos comenzaron a reír eufóricos y saltaban de alegría vitoreando a Sassa al son de los tambores. Mientras tanto, Argo estaba aletargado esperando órdenes. Osso se acercó a ella y le colocó un collar del que pendía una gran semilla redonda con gruesas espinas. Después de acercó a Argo, le dio un golpecito en la frente y pronunció el que sería su nuevo nombre, Yolao. Inmediatamente éste reaccionó como si hubiera despertado de un largo sueño y, seguidamente, inclinó su cabeza hacia Osso.
Comieron junto a todas esas personas, en una actitud de fiesta muy agradable. Continuamente les ofrecían sus manjares, compuestos de todo aquello que les proporcionaba el bosque.  Entre los aperitivos podría encontrase una deliciosa pasta de harina de semillas de mitraca que endulzaban con una mezcla de hojas verdes y amarillas machucadas.
Cuando el recién bautizado Yolao comenzó a recobrar su estado original tras la ingesta del veneno delfiano, en una de las ocasiones que el estuvo cerca de la gran Sassa, le preguntó:
¿Cómo lo has hecho?

Sassa no dijo nada, sólo le mostró disimulada uno de los pliegues de su vestido, en el que había escondido la parte trasera del delfo que cortó con sus dedos a modo de pinza para no ingerirla.

Al terminar la intensa jornada, le mostraron a ambos la tienda donde dormirían. Para Sassa una gran estancia escrupulosamente preparada y para Yolao una habitación menor, anexa a la suya y algo más modesta en detalles.
En el centro habían acondicionado un gran futón de materiales vegetales, cubierto por hermosas telas, siempre con colores vivos y toques dorados. Las paredes también estaban adornadas con paños tejidos a mano, de miles de formas insospechadas, predominando siempre la repetida estrella picuda, que, si la imaginaba en tres dimensiones, también podría asemejarse al colgante que le había otorgado Osso tras la ceremonia. En las esquinas relucían unos cuencos con algo similar al carbón candente que desprendían un olor un poco espeso, proporcionando un ambiente íntimo, relajado y podría decirse que somnífero.

De nuevo, Sassa fue vestida con esmero para la noche por Ítana. Utilizó una elegante tela blanca y dorada, digna de una diosa griega. Una vez se despidió cerrando la cortina, Cirene reparó en toda la confianza que Argo estaba depositando en ella, hasta el punto de poner su propia vida en sus manos sin previo aviso. Luego acudió a su mente el nombre que su amigo había utilizado para la tribu en su conversación: batidores de la trepidación. Mencionó que eran cazadores sí, ¿pero de qué? Entre estos pensamientos, fue cayendo en un dominante sopor, tal vez provocado por las esencias de aquellas piedras perfumadas que ardían en cada esquina. Demasiadas emociones en un día, tenía que asimilar muchas cosas de golpe.
Camino de su sueño, se encontró a su compañero Yolao y le interpeló:

‒¿Cómo sabías que no me iría del bosque cuando desaparecieras?
‒Simplemente lo sabía ‒aseguró Argo.


Y siguió caminando hasta el Bonkuk Nazar donde Níobe la esperaba con una gran sonrisa.


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