-Capítulo 6-
Getsebel: El auténtico presente
La
noche estuvo plagada de sueños inquietos para Cirene. Cuando finalmente abrió
los ojos, se sintió aliviada de comprobar que todo había sido producto de su
mente. Al principio parecía tratarse de un agradable encuentro con su abuela,
pero después ésta desaparecía y sólo podía escuchar su voz, mezclándose con
extraños sonidos y luces. Sentía que le alertaba de algo que ahora no podía
recordar. Pasó un tiempo tumbada intentando unir las piezas de la caótica
experiencia hasta que Ítana le hizo volver a la realidad.
Estaba
parada de pie frente al futón, como esperando a que se despertara su invitada.
Ya portaba en su regazo la vestimenta que debería llevar Sassa. Parecía que
algo importante acaecería esa mañana. Cirene podía escuchar cómo los miembros
del poblado trajinaban fuera desde bien temprano. En esta ocasión el gran
pañuelo que cubriría su cuerpo era de un color amarillo intenso con toques
verdes en los extremos y adornado por el nuevo colgante adquirido en la
ceremonia de parte de Osso. Sin embargo, el peinado era similar. Su buena
anfitriona le lavó la cara con un paño húmedo cuidadosamente y le acicaló
concienzuda.
Cuando
salieron al exterior la chica sintió cómo el sol le deslumbraba. No serían más
de las ocho de la mañana y ya se sentía con la intensidad que caracteriza un
verano en la sureña tierra de Leda, aunque más al norte de Tróade. Todos
descansaban bajo la sombra de cañas a la entrada de sus casas, como esperando a
que Sassa llegara. Se acomodaron por un momento en el exterior de la tienda de
Osso. También se reunió con ellos Argo, que vestía igual que el día anterior.
Les ofrecieron para comer un nutritivo desayuno: pasta de harina de semillas de
mitraca pero en esta ocasión acompañada de una especie
de frutos secos de color vino y un jugo blanquecino, procedente de otro fruto
de cáscara dura que llamaban totó.
Estaba realmente delicioso, su textura resultaba refrescante y tenía un sabor
un poco amargo al principio pero después dejaba un agradable regusto en el
paladar. Sin más dilación todos se encaminaron hacia el sol. Cirene presentía
que iba a ser una jornada intensa o, al menos así lo vaticinaba el grado de
energía solar. Tras caminar durante lo que debió ser una hora aproximada, todos
comenzaron a escalar la ladera de una montaña rocosa. No se le veía fin al gran
complejo natural, lo cual mermaba el ánimo de la joven. Presentía que todo esto
lo estaban haciendo en cierto modo debido a su presencia, así que debería de
corresponderles de alguna manera tarde o temprano y no podía saber si sería capaz
llegado el momento.
Para
su alivio, la subida sólo duró una media hora, punto en el cuál creía
desfallecer y deslizarse montaña abajo como si fuera un totó. Surgió ante ellos una llanura en la que destacaban unas
cuantas rocas mayores de color negro, distribuidas de una manera algo uniforme.
¿Las habían colocado o eran obra de la caprichosa Madre Naturaleza? Lo cierto
es que el paisaje desde la planicie resultaba espectacular. Se podían
distinguir manchas rojizas, pobladas de árboles
frigios, otras menores en tonos verdes y los caminos de tierra y piedras
que se encontraban apartados de los hábitats anteriores. Bandadas de didos se levantaban de entre la poblada
vegetación, en un juego aéreo por el que ascendían y descendían de una manera
incesante. No obstante, si volvían la vista hacia el interior de la meseta, se
asemejaba más a un paisaje lunar. Se sorteaban algunos arbolitos de escaso
follaje en una permanente supervivencia a aquellas condiciones de extrema
temperatura.
Cirene
había reparado en que Niké estaba realizando el viaje junto a su familia, una
joven muchacha que cargaba un bebé y otro niño de unos tres años que pasó la
mayor parte del camino en brazos de su padre. Además, acertó a adivinar que
Tonda, el hombre que había conocido el día anterior en la tienda de Osso, era
el padre de Niké y abuelo de los niños, ya que junto a su mujer se había
mantenido cerca del clan a lo largo de toda la caminata, incluyéndose el propio
Osso.
Tonda
le sacó de su ensimismamiento, y le presentó el lugar con el nombre de Getsemaní. De repente los cabezas de
familia se colocaron cada uno frente a una roca diferente, formando una cola.
Todos conocían su lugar, el cuál debía de estar asignado por familias, ya que
junto a Osso se dispusieron los demás. De repente, Cirene vio como Tonda
desplazaba con esfuerzo una placa camuflada en un extremo de la gran roca
quedando a la intemperie una brecha abierta. No tenía sentido para ella, en un
primer momento pensó que se trataba de una especie de escondite en el que
guardaban algo sagrado, pero cuando Niké dejó a su hijo y se introdujo en el
interior, se dio cuenta de que el fin de aquella roca hueca debía ser mucho más
profundo. El resto de clanes lo imitaron y, tras entrar, se cerró la placa sin
más.
Pasaron
horas, Sassa comenzaba a sentirse preocupada por los ocupantes de los diminutos
habitáculos rocosos. El calor era asfixiante en el exterior, así que no podía
imaginar la temperatura que habría en el interior de aquella roca oscura.
Le
asombraba la compostura de Argo, quizás él se estaba preguntando lo mismo, pero
sin embargo, su actitud digna y relajada, como si todo estuviera bajo control,
no podía dejarle indiferente. La barba plateada le había crecido durante estos
días, y ahora en su expresión portaba un aire más sabio si cabe.
De
repente se escuchó un golpe sordo procedente de una las rocas ocupadas por otra
familia. Todos observaban en silencio mientras alguien deslizó con urgencia la
placa metálica. El sonido era la señal por parte del ocupante para volver por
fin al exterior. Cirene no podía dar
crédito cuando observó cómo el hombre salía despedido hacia la tierra y cavaba
desesperadamente un hoyo para introducir su cabeza y así poder respirar.
¿Qué
significado podía tener aquella dura práctica?
Debió
mirar a hacia su mentor con los ojos fuera de órbita, porque éste se apresuró a
consolarla:
‒Es
una práctica espiritual. Llevan al extremo sus capacidades físicas para
conectar con algo superior. En cada tribu se hace de manera diferente. Como ya
conocerás, a veces deben mantenerse alerta durante mucho tiempo de alguna
amenaza, podría ser un animal salvaje o el riesgo de morir ahogado en el río,
pero por suerte, aquí sólo juegan con la temperatura y el oxígeno.
‒¿Por
suerte? ‒Su discípula enseguida bajó la voz por orden del doctor, ya que su
nerviosismo estaba aflorando por momentos.
Se
escuchó con claridad el metal de nuevo. Niké tropezó al intentar ponerse de pie
y una vez en el suelo, casi inconsciente, Tonda lo dirigió a otro hoyo que él
mismo había preparado para su hijo.
Osso
se volvió hacia Sassa y Yolao. ¿Quién sería el siguiente? Parecía estar
preguntando con la mirada. Se acercó a su diosa en la tierra y tras una sentida
reverencia, le indicó el camino. Miles de ideas se agolpaban en la mente de la
chica. Trató de pensar cualquier estrategia que pudiera salvarle de aquél
martirio. Pero no había tiempo, no sabía cómo. Quizás si empleaba su «poder» le
serviría para salir antes al menos. Si era descubierta como una mortal normal y
corriente, ¿qué pasaría? Esa era una pregunta que había olvidado hacer a Argo.
Antes
de que pudiera darse cuenta ya estaba en el interior y la poca claridad
proveniente de la fina abertura se difuminaba hacia el exterior al ser ocultada
por Osso. La bofetada fue inminente. La diferencia de temperatura era más que
notable. Afortunadamente, su sistema termorregulatorio funcionaba a la
perfección y comenzó a derramar sudor por todo su cuerpo, aunque así se
deshidrataría en unos minutos. Se preguntaba cómo Niké logró permanecer tanto
tiempo en esas condiciones. Cerró los ojos e intentó calmarse y administrar el
poco oxígeno que quedaba en el ambiente enrarecido de aquel agujero inhóspito.
Llegó un momento en el que el sufrimiento empezó a disiparse. Al principio
creyó que se estaba acostumbrando, pero después se percató de que la sensación
era la misma que cuando te estás quedando dormido y todo se ve distinto, más
fácil. La posibilidad de estar muriendo asfixiada asaltó su mente pero a pesar
de su miedo, no logró espabilarse de un repullo. Si la adrenalina no surtía
efecto ya nada podía hacer, ni siquiera para golpear la puerta con sus
nudillos.
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Sin
saber cómo, aparece de improviso un paisaje diferente en torno a ella. Ya no
está oscuro, ahora si escudriña entre la neblina puede distinguir inmensas
copas de árboles azules y un extenso acantilado a sus pies. Se encuentra a
medio camino de la pared escarpada, como colgando de alguna estructura de
piedra. Intenta retroceder, ahora que el espacio le permite moverse, pero solo
puede girar su cabeza, está clavada al suelo. A sus espaldas hay una acogedora
vivienda que se adentra en la roca. Es rústica pero repleta de objetos que la
equipan apropiadamente, especialmente esos farolillos que dan luz…
Una
voz le sobresalta. Mira a todas partes pero no logra identificar de dónde
proviene. Hay murmullos lejanos, mucha agitación y después silencio. Algo le
produce un leve picor cerca de su ojo derecho que cierra rápidamente. Eleva sus
manos para frotarse los ojos y averiguar si está realmente sucediendo y
entonces se queda mirándolas. Las palmas de sus manos despiden chispas
azuladas, a veces de color rojo intenso. Pican, pican tanto que casi se despega
de la roca y cae por el precipicio, pero en lugar de eso, las chispas alcanzan
las hojas de los árboles y éstas se encienden como si fueran bombillas en medio
del paraje tan singular. Entonces se sorprende a ella misma pronunciando el
nombre: Getsebel.
Cirene
está entusiasmada, es como si este momento fuera el punto de inflexión entre su
pasado y su futuro, el auténtico presente.
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