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miércoles, 1 de abril de 2020

REPARADORES DE SUEÑOS: Getsebel: El auténtico presente



-Capítulo 6-

Getsebel: El auténtico presente


La noche estuvo plagada de sueños inquietos para Cirene. Cuando finalmente abrió los ojos, se sintió aliviada de comprobar que todo había sido producto de su mente. Al principio parecía tratarse de un agradable encuentro con su abuela, pero después ésta desaparecía y sólo podía escuchar su voz, mezclándose con extraños sonidos y luces. Sentía que le alertaba de algo que ahora no podía recordar. Pasó un tiempo tumbada intentando unir las piezas de la caótica experiencia hasta que Ítana le hizo volver a la realidad.

Estaba parada de pie frente al futón, como esperando a que se despertara su invitada. Ya portaba en su regazo la vestimenta que debería llevar Sassa. Parecía que algo importante acaecería esa mañana. Cirene podía escuchar cómo los miembros del poblado trajinaban fuera desde bien temprano. En esta ocasión el gran pañuelo que cubriría su cuerpo era de un color amarillo intenso con toques verdes en los extremos y adornado por el nuevo colgante adquirido en la ceremonia de parte de Osso. Sin embargo, el peinado era similar. Su buena anfitriona le lavó la cara con un paño húmedo cuidadosamente y le acicaló concienzuda.

Cuando salieron al exterior la chica sintió cómo el sol le deslumbraba. No serían más de las ocho de la mañana y ya se sentía con la intensidad que caracteriza un verano en la sureña tierra de Leda, aunque más al norte de Tróade. Todos descansaban bajo la sombra de cañas a la entrada de sus casas, como esperando a que Sassa llegara. Se acomodaron por un momento en el exterior de la tienda de Osso. También se reunió con ellos Argo, que vestía igual que el día anterior. Les ofrecieron para comer un nutritivo desayuno: pasta de harina de semillas de mitraca  pero en esta ocasión acompañada de una especie de frutos secos de color vino y un jugo blanquecino, procedente de otro fruto de cáscara dura que llamaban totó. Estaba realmente delicioso, su textura resultaba refrescante y tenía un sabor un poco amargo al principio pero después dejaba un agradable regusto en el paladar. Sin más dilación todos se encaminaron hacia el sol. Cirene presentía que iba a ser una jornada intensa o, al menos así lo vaticinaba el grado de energía solar. Tras caminar durante lo que debió ser una hora aproximada, todos comenzaron a escalar la ladera de una montaña rocosa. No se le veía fin al gran complejo natural, lo cual mermaba el ánimo de la joven. Presentía que todo esto lo estaban haciendo en cierto modo debido a su presencia, así que debería de corresponderles de alguna manera tarde o temprano y no podía saber si sería capaz llegado el momento.
Para su alivio, la subida sólo duró una media hora, punto en el cuál creía desfallecer y deslizarse montaña abajo como si fuera un totó. Surgió ante ellos una llanura en la que destacaban unas cuantas rocas mayores de color negro, distribuidas de una manera algo uniforme. ¿Las habían colocado o eran obra de la caprichosa Madre Naturaleza? Lo cierto es que el paisaje desde la planicie resultaba espectacular. Se podían distinguir manchas rojizas, pobladas de árboles frigios, otras menores en tonos verdes y los caminos de tierra y piedras que se encontraban apartados de los hábitats anteriores. Bandadas de didos se levantaban de entre la poblada vegetación, en un juego aéreo por el que ascendían y descendían de una manera incesante. No obstante, si volvían la vista hacia el interior de la meseta, se asemejaba más a un paisaje lunar. Se sorteaban algunos arbolitos de escaso follaje en una permanente supervivencia a aquellas condiciones de extrema temperatura.

Cirene había reparado en que Niké estaba realizando el viaje junto a su familia, una joven muchacha que cargaba un bebé y otro niño de unos tres años que pasó la mayor parte del camino en brazos de su padre. Además, acertó a adivinar que Tonda, el hombre que había conocido el día anterior en la tienda de Osso, era el padre de Niké y abuelo de los niños, ya que junto a su mujer se había mantenido cerca del clan a lo largo de toda la caminata, incluyéndose el propio Osso.
Tonda le sacó de su ensimismamiento, y le presentó el lugar con el nombre de Getsemaní. De repente los cabezas de familia se colocaron cada uno frente a una roca diferente, formando una cola. Todos conocían su lugar, el cuál debía de estar asignado por familias, ya que junto a Osso se dispusieron los demás. De repente, Cirene vio como Tonda desplazaba con esfuerzo una placa camuflada en un extremo de la gran roca quedando a la intemperie una brecha abierta. No tenía sentido para ella, en un primer momento pensó que se trataba de una especie de escondite en el que guardaban algo sagrado, pero cuando Niké dejó a su hijo y se introdujo en el interior, se dio cuenta de que el fin de aquella roca hueca debía ser mucho más profundo. El resto de clanes lo imitaron y, tras entrar, se cerró la placa sin más.
Pasaron horas, Sassa comenzaba a sentirse preocupada por los ocupantes de los diminutos habitáculos rocosos. El calor era asfixiante en el exterior, así que no podía imaginar la temperatura que habría en el interior de aquella roca oscura.
Le asombraba la compostura de Argo, quizás él se estaba preguntando lo mismo, pero sin embargo, su actitud digna y relajada, como si todo estuviera bajo control, no podía dejarle indiferente. La barba plateada le había crecido durante estos días, y ahora en su expresión portaba un aire más sabio si cabe.

De repente se escuchó un golpe sordo procedente de una las rocas ocupadas por otra familia. Todos observaban en silencio mientras alguien deslizó con urgencia la placa metálica. El sonido era la señal por parte del ocupante para volver por fin al exterior.  Cirene no podía dar crédito cuando observó cómo el hombre salía despedido hacia la tierra y cavaba desesperadamente un hoyo para introducir su cabeza y así poder respirar.
¿Qué significado podía tener aquella dura práctica?
Debió mirar a hacia su mentor con los ojos fuera de órbita, porque éste se apresuró a consolarla:

‒Es una práctica espiritual. Llevan al extremo sus capacidades físicas para conectar con algo superior. En cada tribu se hace de manera diferente. Como ya conocerás, a veces deben mantenerse alerta durante mucho tiempo de alguna amenaza, podría ser un animal salvaje o el riesgo de morir ahogado en el río, pero por suerte, aquí sólo juegan con la temperatura y el oxígeno.
‒¿Por suerte? ‒Su discípula enseguida bajó la voz por orden del doctor, ya que su nerviosismo estaba aflorando por momentos.

Se escuchó con claridad el metal de nuevo. Niké tropezó al intentar ponerse de pie y una vez en el suelo, casi inconsciente, Tonda lo dirigió a otro hoyo que él mismo había preparado para su hijo.
Osso se volvió hacia Sassa y Yolao. ¿Quién sería el siguiente? Parecía estar preguntando con la mirada. Se acercó a su diosa en la tierra y tras una sentida reverencia, le indicó el camino. Miles de ideas se agolpaban en la mente de la chica. Trató de pensar cualquier estrategia que pudiera salvarle de aquél martirio. Pero no había tiempo, no sabía cómo. Quizás si empleaba su «poder» le serviría para salir antes al menos. Si era descubierta como una mortal normal y corriente, ¿qué pasaría? Esa era una pregunta que había olvidado hacer a Argo.
Antes de que pudiera darse cuenta ya estaba en el interior y la poca claridad proveniente de la fina abertura se difuminaba hacia el exterior al ser ocultada por Osso. La bofetada fue inminente. La diferencia de temperatura era más que notable. Afortunadamente, su sistema termorregulatorio funcionaba a la perfección y comenzó a derramar sudor por todo su cuerpo, aunque así se deshidrataría en unos minutos. Se preguntaba cómo Niké logró permanecer tanto tiempo en esas condiciones. Cerró los ojos e intentó calmarse y administrar el poco oxígeno que quedaba en el ambiente enrarecido de aquel agujero inhóspito. Llegó un momento en el que el sufrimiento empezó a disiparse. Al principio creyó que se estaba acostumbrando, pero después se percató de que la sensación era la misma que cuando te estás quedando dormido y todo se ve distinto, más fácil. La posibilidad de estar muriendo asfixiada asaltó su mente pero a pesar de su miedo, no logró espabilarse de un repullo. Si la adrenalina no surtía efecto ya nada podía hacer, ni siquiera para golpear la puerta con sus nudillos.
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Sin saber cómo, aparece de improviso un paisaje diferente en torno a ella. Ya no está oscuro, ahora si escudriña entre la neblina puede distinguir inmensas copas de árboles azules y un extenso acantilado a sus pies. Se encuentra a medio camino de la pared escarpada, como colgando de alguna estructura de piedra. Intenta retroceder, ahora que el espacio le permite moverse, pero solo puede girar su cabeza, está clavada al suelo. A sus espaldas hay una acogedora vivienda que se adentra en la roca. Es rústica pero repleta de objetos que la equipan apropiadamente, especialmente esos farolillos que dan luz…
Una voz le sobresalta. Mira a todas partes pero no logra identificar de dónde proviene. Hay murmullos lejanos, mucha agitación y después silencio. Algo le produce un leve picor cerca de su ojo derecho que cierra rápidamente. Eleva sus manos para frotarse los ojos y averiguar si está realmente sucediendo y entonces se queda mirándolas. Las palmas de sus manos despiden chispas azuladas, a veces de color rojo intenso. Pican, pican tanto que casi se despega de la roca y cae por el precipicio, pero en lugar de eso, las chispas alcanzan las hojas de los árboles y éstas se encienden como si fueran bombillas en medio del paraje tan singular. Entonces se sorprende a ella misma pronunciando el nombre: Getsebel.
Cirene está entusiasmada, es como si este momento fuera el punto de inflexión entre su pasado y su futuro, el auténtico presente.



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