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sábado, 11 de abril de 2020

REPARADORES DE SUEÑOS: En el límite de las Tierras de Leda



-Capítulo 7-

En el límite de las Tierras de Leda



Los murmullos están incrementando. Cirene se siente cada vez más pesada. Puede sentir el ambiente enrarecido del interior de la roca, a pesar de que el entorno es diferente. Comienza a escurrirse cada vez más en dirección al precipicio. Sin poder hacer nada se deja llevar hacia el interior de Getsebel. De repente siente la acentuada caída y cesa de golpe despertándose.
Le cuesta abrir los ojos. Primero siente cómo alguien la sostiene en el suelo y luego el sol comienza a delimitar sus pupilas. Cuando logra vencer el sopor que la adormece y enfocar sus ojos en medio de una agobiante claridad, se da cuenta de que está tendida junto a la roca abierta. Esperando encontrar a Argo gira su cabeza hacia quien le está soportando y la sensación de haber vivido ese mismo momento con anterioridad se apodera de ella.
‒¿El obrero? –pensó Cirene atropelladamente sin poder balbucear lo más mínimo.
El chico está mirándole con apremio, esperando una señal de que ella se encuentra bien. Por un momento Sassa parece formar parte de un sueño y Cirene cree encontrarse tendida de nuevo en las obras del paseo marítimo de Dardania. Alargando su estado de desorientación, aprovecha para observar los ojos color miel, que clavados en los suyos no parecen tener prisa en apartarse. Empieza a sentirse intimidada por ese rostro que ha empezado a recorrer con detalle: sus mejillas están sonrosadas, su ceño fruncido levemente en un gesto de preocupación y cuando se para en sus labios, el muchacho los entreabre en un ademán de preguntar por su estado. Cirene observa en el familiar rostro cómo le falta un trocito de una de sus paletas. Rápidamente dirige su mirada a los ojos miel de nuevo, se sonroja y reacciona: 
‒Eneas – susurra deseando volver a la realidad.
Sin embargo, él no contesta a su nombre o quizás ella no ha tenido tiempo de escucharlo antes de caer inconsciente en sus brazos.
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Está despierta pero le resulta imposible abrir los ojos ni realizar movimiento alguno. La temperatura es agradable, siente una fuente de calor cercana a su costado derecho. Un fuerte olor a esencias escala hasta su cerebro dónde parece haber comenzado una revolución que le está devolviendo todos sus sentidos poco a poco, aunque sigue observando claras imágenes en su mente que le abordan. Cuando se acerca a la lucidez se dibujan los contornos del último rostro que vio estando despierta,  presididos por dos tenues lucecitas amarillentas. De repente comienza a atormentarse pensando si probablemente esté muerta o atrapada entre dos mundos sin poder salir, mientras la conocida cara se vuelve cada vez más corpórea. Como quien lucha por respirar tras pasar mucho tiempo bajo el agua, Cirene se incorpora y aspira con fuerza asustada, yendo a parar a los brazos de su nuevo protector, al que ya llevaba observando un rato desde su inconsciencia.
Éste vuelve a tumbarla con suavidad y le ofrece un cuenco con agua. Ella bebe con urgencia. Un terrible dolor de cabeza le impide expresarse con claridad. Todo su cuerpo tiembla y un sudor frío recorre su piel. Él le retira un paño húmedo de la frente y lo moja en otro cuenco rebosante de agua, lo escurre y vuelve a colocárselo. Debido a un esfuerzo repentino por preguntar dónde se encuentra o qué ha pasado, hace una mueca de dolor y cae rendida.
-          Tranquila. Ahora descansa. Lo peor ha pasado. – le tranquiliza su cuidador.
-          Argo – Cirene alcanza a pronunciar en un susurro el nombre de su mentor en un desesperado intento por saber de su paradero pero enseguida se apodera de ella un desosegado letargo.
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Como si nada hubiera pasado sus ojos se abren. El sol de la mañana se cuela por las rendijas de lo que parece ser una puerta tejida con tinda seca. A su derecha hay unas ascuas aun candentes. Algo le ha despertado, algún sonido en particular, pero no está segura. Se sienta sobre el improvisado futón que la soporta y se da cuenta de que sólo una rasgada sábana atada en su hombro izquierdo impide que esté totalmente desnuda. Sin embargo, no hace frío, ni calor. Se acerca descalza a la salida y empuja hasta que la destartalada estructura cede. Parece una mañana primaveral en Dardania, no en las tierras de Leda, dónde el sol calienta desde bien temprano. La chica sigue un camino de tierra como única alternativa a la espesura. Las hojas de los árboles brillan en la altura con los reflejos de la luz de la mañana. Está ensimismada, siguiendo el sonido del agua que se esconde en alguna parte. El camino tuerce a la derecha y después a la izquierda dónde el suelo ya está húmedo y lleno de abundante hierba de un verde intenso. Un momento después cierra los ojos y agacha su cabeza en respuesta a un reflejo. ¿Qué ha ocurrido? Cuando su vista se acostumbra no puede creer lo que se extiende ante ella. Los rayos solares descansan sobre su piel y sus pies están bañados por el agua clara y fresca de un gran río que discurre paralelo al camino que le ha guiado hasta el lugar. Hay pequeñas cascadas de agua resbalando por una inmensa pared rocosa totalmente vertical. Puede notar cómo el agua le salpica y la brisa cargada de humedad que mantiene esa agradable temperatura propia de las zonas cercanas a grandes masas de agua. De repente repara en que algo se mueve a la otra orilla junto a la pared de piedra. Alguien está postrado lavando con agua lo que parece ser una especie de vegetales en un cuenco. Cirene observa atenta hasta que Eneas levanta la cabeza y le mira mostrando sorpresa y sonriendo al mismo tiempo. Ya no recordaba que se encontraba allí con él, aún se encontraba desubicada y no lograba distinguir entre sus vívidos sueños y la tenue realidad desde que saliera de aquella roca candente.
Eneas se levanta resuelto y se aleja unos metros para cruzar el río por unas maderas dispuestas encajadas entre unas rocas improvisando un camino sobre el agua y alcanza a la muchacha con avidez:
-          ¿Cómo te encuentras? Estaba preparando algo de sativa para cuando despertaras. Estas hierbas frescas te ayudarán a hidratarte.- Cirene le mira con los ojos muy abiertos mientras cantidad de preguntas se agolpan en su cabeza aturdida.- Ven conmigo, comamos algo y después podremos hablar tranquilamente.
Ambos atraviesan el sendero en la dirección contraria a la que Cirene había tomado anteriormente y Eneas posa el gran cuenco sobre un enorme tronco de árbol cuya función es la de servir como mesa junto a la rústica tienda.
-          Creo que es mejor que pasemos un poco de tiempo aquí fuera ya que te encuentras mejor y así podrás despejarte un poco.- expresa el chico mientras se pone manos a la obra.
La mesa está llena de otros enseres tales como unos diminutos frutitos rojos y otros marrones, unas semillas alargadas de color negro que están sumergidas en agua, brotes tiernos de color amarillo y la sativa verde que su recolector está mezclando con energía. Acto seguido, Eneas vierte una generosa cantidad del líquido amarillento resultante de estar en contacto con las semillas y le ofrece a Cinere un enorme cuenco con la mezcla así como el que contiene las semillas remojadas y un totó con una abertura en la parte superior. Ella le mira agradecida y pregunta:
-          ¿Dónde estamos?
-          En el límite de las tierras de Leda, dónde se encuentra la fuente de agua más cercana al poblado Andrómaca, el río Jandro.-le contesta el muchacho.
-          ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?- prosigue incrédula.
-          Niké y los demás me ayudaron a transportarte con ayuda de unas telas y ramas frigias para darte soporte. No nos quedamos con la tribu porque no era seguro para nadie. La tribu de los tropos apareció de improviso mientras te encontrabas dentro de la oniris y yo te saqué antes de que te encontraran.
-          ¿Los tropos? ¿Oniris?- cada vez se sentía más confundida. A pesar de la gravedad que el chico imprimía en sus palabras al hablar de dicha tribu, la desorientada Sassa en aquél momento sólo acertaba a pensar que gracias a ellos había salido de aquel agujero con vida.
-          Oniris es cómo llamamos a la roca negra sagrada en la que te adentraste. Su nombre proviene de la etnia a la que debe su existencia, compuesta por las tribus conocidas como oníricas. Es la única puerta que queda hacia Getsebel.-sentencia Eneas.
¡Getsebel! Cirene reconoce el lugar al instante, aunque ni siquiera recuerda cómo sabe de su existencia ni si alguien se lo ha mostrado antes de su experiencia cercana. A su mente acude súbitamente el vértigo de la caída y su lengua tropieza al intentar formular las siguientes preguntas:
-          ¿Qu-qquién eres? ¿Dónde está Argo?
-          Mejor empecemos por el principio- le sonríe Eneas.

2 comentarios:

  1. Muy interesante!!! Esperando el siguiente con impaciencia :)

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  2. Hola!
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