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domingo, 22 de marzo de 2020

REPARADORES DE SUEÑOS: Las primeras etnias



-Capítulo 1-

Las primeras etnias


El reflejo del cielo sobre el Mar Casiopeo lo torna más celeste si cabe. El olor a salitre y la ligera brisa marina brinda la mejor bienvenida a la ciudad de Dardania. Después de pasar un tiempo en Zeleia, más al este de Tróade, a orillas del río Escamandro, Cirene percibe el cambio de manera contundente. La cautivadora frescura seca de las tierras cercanas a las montañas languidece su piel, ahora foránea, como si se sintiera ajena a sus orígenes. Sin embargo, para ella la esencia del hogar no ha cambiado de emplazamiento en sí, solo se ha hecho mayor geográficamente hablando.

Su ascendencia Corónide por parte de madre le proporcionó desde bien pequeña el conocimiento de la cultura tribal proveniente de la isla Prokonnesos. Su abuela, una mujer llamada Níobe, solía transmitirle el saber sobre numerosas prácticas y cultos que, inevitablemente, las nuevas generaciones están perdiendo. La nueva Era está dando la espalda al germen de su civilización, como una planta que continúa creciendo una vez se le han cortado las raíces, avocada al fracaso. Este vínculo impulsó a la chica a dedicarse a la Antropología, en pro de recuperar la tradición y el acervo popular, para poder entender y respetar el mismo. Cuando finalizó su grado, accedió a uno de los departamentos de su materia en la tierra de Dárdano. Su pretensión siempre ha sido adherirse a un proyecto que le permita adentrarse en el mundo tribal y estudiarlo desde un punto de vista social. Cuando después de cuatro meses documentándose sobre las posibles fuentes de interés para dicho propósito, le comunicaron que finalmente no habría financiación, decidió volver a Zeleia con su familia y preparar su propio anteproyecto para intentarlo por su cuenta en el sector privado. Así, se decantó por una empresa enfocada a la cooperación y al desarrollo de los distintos clanes de la región, cuyo nombre es Las primeras etnias.
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Era el gran día de la presentación. Una gran libreta ajustada a un atril hacía las veces de proyector de diapositivas. Cirene había preparado una serie de dibujos inspirados en la tribu de los asclepios, aquella por la que finalmente había decidido apostar. No pertenece a su estirpe y el linaje que le queda es considerado como un cajón de sastre al cuál se adherían antaño aquellas familias que, por una razón u otra, habían rehusado o perdido su auténtica línea parental. Los expertos dudan de si realmente existió o no. No obstante, ella había escuchado en primera persona un testimonio de su existencia que Níobe le reveló en una de sus largas charlas, y en ello se iba a basar la introducción de su exposición.
La chica estaba situada al principio de una larga sala de conferencias ocupada en gran parte por una mesa rodeada de los directivos y otros cargos competentes a la hora de decidir la aprobación del proyecto. El director procedió a presentarla y con un gesto de asentimiento le dio permiso para que comenzara a hablar, mientras la observaba por encima de la montura de sus pequeñas gafas. Su corazón se aceleró y notó cómo se le secaba la boca por momentos. Ya había hablado en público en varias ocasiones pero no terminaba de acostumbrarse y siempre sentía la misma inseguridad antes de comenzar. Estaba al borde de un precipicio y podía percibir la oscilación que le llevaba hacia el vacío hasta que pronunció la primera frase, después la segunda y pronto levantó el vuelo.

Cuando Níobe tenía 10 años, en una de las expediciones que ella y su familia solían hacer a la cercana localidad de Ceres, en la costa, se perdió en la selva durante unas horas. La tribu Corónide solía viajar a este lugar porque era rico en hierbas aromáticas y les servía como una despensa natural de la que tomaban lo que necesitaban cada cierto tiempo. Además, si se adentraban en la vegetación, un sinfín de frutas tropicales de todos los colores, sabores y formas abundaban entre el follaje. Aun así, sólo arrancaban lo estrictamente necesario, manteniendo el equilibrio y siempre dando las gracias a la madre naturaleza por los bienes que les proporcionaba para vivir. Aquel día, el padre de Níobe, Crono, penetró entre la espesura un poco más de lo habitual. Un potente reflejo le había cegado justo un momento antes, y como hipnotizado se acercó sin pensarlo buscando el origen de semejante destello. Cuando volvió en sí y trató de localizar a su hija para volver a la embarcación, se dio cuenta de que ésta ya no estaba.
La niña había tropezado con la voluminosa raíz de uno de los árboles, que sobresalía sobre el terreno. Cayó de espaldas y, para su sorpresa, una especie de terraplén se escondía tras la maleza. Afortunadamente, los arbustos amortiguaron su caída hasta que fue a parar a un pequeño arroyo. Nunca había estado en un lugar como el que se presentaba ante sus ojos. La luz, incapaz de penetrar a través de las densas copas de los árboles, era tenue, pero lo que más llamó la atención de Níobe en un primer momento fue el silencio. De repente era como si todo se hubiera paralizado y, entonces lo vio. En la lejanía emergía un humo de un color lila rosado formando círculos concéntricos que se diversificaban en lo que parecían ramas. Decidió acercarse. Conforme lo hacía comenzó a escuchar una melodía. Ésta provenía de un instrumento que nunca antes había conocido, a veces grave y sonoro como una tuba y otras, agudo como si se estuviera golpeando una superficie de metal. La música cesó. Pensando que este cambio era debido a su presencia, Níobe se escondió de inmediato tras un macizo tronco. Por primera vez reparó en lo peculiar de los monumentales árboles. Poseían círculos concéntricos de color azul y amarillo similares a los que formaba la espesa niebla que había captado su interés. Eran como cortes; heridas abiertas que se perdían en las alturas…

—     Es un Bonkuk Nazar.- se oyó una voz profunda de mujer. La niña dio un respingo y comenzó a buscar de dónde provenía sin encontrar rastro, preguntándose si lo que había escuchado había sido real o no, hasta que se volvió a escuchar- Puede observarte a través de sus ojos azulados, los amuletos de Erinia.
—       ¿Qué es Erinia?- se atrevió a balbucear Níobe.
       Erinia es nuestra casa.- contestó la voz.
      ¿Quién eres?- preguntó la Corónide y, en esta ocasión ya no hubo respuesta. -¿Dónde estás? ¿Cómo salgo de aquí?
Entonces el reflejo de uno de los ojos alcanzó su retina y al querer huir, asustada, resbaló y cayó al agua de nuevo. La voz de Crono le produjo un inmenso alivio y cuando logró abrir los ojos y se encontró con su padre preocupado inspeccionándole la frente, se percató de que ya no había silencio. Ahora se escuchaban las aves y el repiqueteo del viento en la espesura. ¿Había sido un sueño? Quizás la caída y el golpe en la cabeza le habían provocado esa sensación de desplomarse y el resto había sido producto de su imaginación. Cuando Crono la cogió en volandas pudo ver tras ella que no había nada parecido al escenario anterior.

Cirene terminó su exposición dando argumentos a favor de su proyecto así como de la experiencia de su abuela, como que ésta proporcionaba datos que ella no había conocido antes y que coincidían con las crónicas sobre esta tribu. Erinia era el lugar sagrado que tradicionalmente ocupaban los asclepios, el cual solían delimitar con amuletos y una serie de rituales. De esta manera, se cuenta que sólo podían acceder al mismo aquellas personas que fueran dignas de su presencia. El alma pura y la inocencia de una niña de diez años podría haber sido la candidata perfecta para encontrar la tribu aparentemente extinta largo tiempo atrás.
Todo marchaba según lo esperado, mientras hablaba había podido captar miradas de interés y de beneplácito, la respuesta sólo podía ser una.
Le pidieron que saliera de la sala un momento para poder deliberar. A su paso por la amplia mesa dónde se acomodaban los asistentes deparó en una persona, la única que no vestía con traje oscuro de ejecutivo. Se trataba de un señor de edad avanzada. Llevaba un chaleco de cuero color marrón, con una camisa celeste. Su pelo era blanco y escaseaba en la parte superior. No parecía ser de la misma condición que el resto del jurado. Cirene no pudo evitar preguntarse cuál sería su función en aquella empresa.

Diez minutos que se le antojaron eternos bastaron para que tomaran una decisión y la volvieran a llamar a la sala. Después de unas pocas palabras elogiando su trabajo y la presentación, le comunicaron que no consideraban que fuera el mejor momento para invertir dinero en un proyecto de este tipo. De repente se sintió sin fuerzas, sólo pudo despedirse mecánicamente y dirigirse a la puerta de salida, atravesar el pasillo colindado por enormes ventanales y salir al jardín principal; pero cuando alcanzó la bifurcación del camino, dónde había una fuente hecha de cantos rodados, no pudo más que dejarse caer en un banco, como si éste la estuviera aguardando desde hace tiempo.

El sonido del agua mimetizaba el entorno, en especial el paso ajetreado de la gente unos metros más abajo y los coches que circulaban por la carretera cercana. Es increíble cómo una pequeña fuente rodeada de flores con forma de campana, bajo un cielo prácticamente escondido por unos arcos abovedados cubiertos de hiedra y otras plantas trepadoras, puede suponer un universo paralelo, ajeno al ambiente en el que realmente está inmerso.


  ¿Puedo sentarme?- El hombre del chaleco marrón mostaza la estaba observando desde el otro lado del banco. La joven sólo se apartó y dejó espacio para que él también pudiera disfrutar contemplando el agua fluir.- ¿Sabes quién soy?- ella sólo se dedicó a hacer un movimiento imperceptible con su cabeza y él continuó hablando.- Mi hijo dirige Las primeras etnias y yo lo hice antes que él. Lo que acaba de pasar ahí dentro ha sido a petición mía.

Cirene fijó sus ojos en él buscando una explicación. El rostro sereno del hombre no le transmitía rechazo ni mucho menos, sin embargo, parecía haber ido en su busca para asegurarse de que recibía el mismo mensaje por segunda vez. Entonces el hombre debió de entender el reproche e inmediatamente habló de nuevo:


   Lo sé, lo siento. Mi nombre es Argo y me encantaría trabajar contigo. Estoy aquí porque quiero financiar personalmente tu proyecto.- extendió su mano para estrecharla y la muchacha, asombrada, al fin sonrió y aceptó el saludo.
      Cirene. Será un placer.

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